
Letras que iluminan

El escritor mira alrededor y percibe que la oscuridad le envuelve. Es una extraña oscuridad, una especie de claroscuro incapaz de definir la realidad en su justa medida porque los contornos escapan a su mirada y solamente puede reproducir en letras alguna aproximación confusa y quebradiza. El escritor se torna tembloroso y hasta escéptico de su propio texto. Y lo deja caer por ahí, un tanto inseguro de dónde y cómo será comprendido.
La sociedad de las nuevas tecnologías sospecha de los escritores de verdad, gente pausada, algo meditabunda, propensa a corregir lo previamente escrito, de forma que permanezca la huella de su corrección en el papel y no desaparezca en la papelera del ordenador. Textos sin huella de la búsqueda de la perfección, que se guardan en el cajón alguna noche para que posen y asuman su propia densidad, y solamente al cabo se revisan y corrigen en un gesto humilde de la fragilidad humana.
Pero lo dicho, la sociedad de nuestros días, fascinada por las prisas y las presiones de las audiencias, entre tantas otras, acaba por exigir al escritor que no reflexione tanto, que se convierta en un fiel productor de letras para consumir como quien se merienda una hamburguesa, un escritor de usar y tratar. Un militante de la cantidad, olvidado el misterio expresivo de la calidad. Las cosas son como son. El escritor muere en vida. Y la sociedad, al volverse del todo transigente, se vacía de sentido y las letras dejan de cumplir su misión de iluminar la oscuridad dominante.
Sin embargo, el escritor, de vez en cuando, descubre con asombro un raro paisaje de respeto, paz y serenidad, que le permite descansar de la prisa y aplaude su sensibilidad temporal. Escribir lleva tiempo y la escritura tiene su propia musicalidad, su espíritu corrector y, sobre todo, su peculiar identidad puesto que ni se vende ni se compra en todo caso es objeto de un trueque. El escritor descubre, en fin, un paisaje de libertad absoluta, solamente transitado por su amor a la verdad, a la belleza y a la bondad. Qué placer indescriptible. Los textos del escritor iluminan y sus letras, incorporadas al paisaje de un libro, de una revista, de un diario, de todo lo que le ofrezcan apetecible, consiguen que ese paisaje deslumbre y saque a la superficie toda su oculta densidad. Los textos del escritor son parteras del misterio, puede que lector caiga en la cuenta. Una maravilla.
Crítica ha sido y sigue siendo, para quien esto escribe, un paisaje deleitoso y apetitoso donde escribir lo que uno desea y al ritmo que uno pretende, sin presiones de tipo alguno, dando velas a la propia inspiración y a la propia cosmovisión. Esos textos, en mi caso, son la discreta luz que cae a cuajo sobre el inmenso edificio de Crítica, que es el edificio de una institución que hunde sus raíces en el titanio de un Pedro Poveda y colabora a que tal edificio y tal institución ardan de purísima luminosidad hasta que el titanio deslumbre a los lectores y militantes. Los textos de uno junto a los textos de cuantos han escrito y siguen escribiendo en sus páginas. De las mejores y respetables de las revistas españolas. Uno sabe que dice lo que es absolutamente cierto.
El escritor se siente, por lo tanto, parte de tal paisaje, y está decidido a defenderlo con toda su alma. Porque en una sociedad de las prisas, Crítica es un remanso de calidad, de respeto y de luminosidad para esta sociedad en claroscuro que nos difumina los necesarios límites… para vivir ilimitadamente.©
Norberto Alcover
Colaborador de la revista Crítica - Cultura y fe: titanio reluciente -.

El tiempo, una cuestión siempre abierta
El monográfico de éste número trata de definir, medir y pesar aquello que se nos escapa entre los dedos como granos de arena: El tiempo. En toda su amplitud, desde la perspectiva metafísica hasta la social, cultural y humana. Encuentre una fotografía de cómo pasa el tiempo a través del ser humano.
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