
El árbol de la vida

Reconozco que el cine de Terrence Malick me fascina por sus opciones antropológicas (el hombre enfrentado al bien y al mal en una determinada sociedad, sobre todo), pero todavía más por su calidad estética, que oscila entre una fotografía siempre espléndida y un movimiento de
cámara apabullante, además de dirigir a los actores y actrices con un toque divino, tal es su omnipotencia a la hora de convertir a los intérpretes en criaturas fílmicas. Malas tierras (1973) y La delgada línea roja (1998) forman parte insobornable de mi universo cinematográfico y El árbol de la vida, estrenada hace pocos meses en España, alcanza límites de perfección, sobre todo en unas cuatro o cinco secuencias, pocas veces igualadas en la historia del arte séptimo. Si el cine es vida representada pero además potenciada, El árbol de la vida extiende sus ramas vitales hasta tocar las zonas más íntimas de nuestro existir entre los demás. Camino de una descarada eternidad.
Dejo de lado la historia concreta del protagonista, ese niño y más tarde adulto que sobrevive a las oscuras influencias de un padre inseguro y cruel que se ha creído Dios y que acaba por descubrirse simplemente humano. Lo verdaderamente interesante en este momento es cómo el titanio de tal historia resulta reluciente por la belleza icónica y sonora desplegada para contarla. Las contradicciones de una Fe maltratada por la propia deficiencia, resultan iluminadas por la Cultura del artista que la lleva más allá de sí misma, de sus limitaciones humanas, para situarla en el paraíso visual y auditivo, además de cromático, con que se cierra el film. Puede que con algunas reservas relativas a la estructura del guión, pero ésta ya es otra cuestión que no afecta al meollo de lo que estamos tratando aquí.
Malick nos demuestra que la relación Fe/Cultura, tan llevada y traída por todos nosotros a raíz de la repetidísima Nueva Evangelización, reside en la previa relación entre las inclinaciones destructivas y constructivas del ser humano, dividido entre el cielo y el infierno, entre creerse divino y encontrarse con que solamente es humano y por ello mismo dominado por la fragilidad dominante. Que consiste en variadas formas de egoísmo. Cuando nos entregamos a la propia humillación y nuestras raíces tocan la tierra prometida de la sencilla humanidad, como sucede al padre del protagonista, entonces acontece una especie de resurrección, solamente comunicable en belleza. Porque la belleza es la definitiva comunicación del hombre y de la mujer peregrinantes, camino del misterio que llamamos eternidad. Esa zona infinita, que llena la definitiva secuencia, donde nos entregamos a lo mejor de nosotros mismos al redefinir las relaciones con los demás.
Brad Pitt consigue su mejor interpretación como padre dominante y destructivo. Y en sus carnes, siempre dominadas por Malick, percibimos la belleza razonable de la imagen cinematográfica cuando se hace vehículo reluciente del misterio de fe que encierra todo pecado. Es una visión confesante de la vida, está claro. Pero nadie ha dicho que la confesión de la fe, siempre encarnada, no constituya un momento sublime de nuestra confusa humanidad. Al menos me uno a Malick en esta versión de la esperanza humana. Que se ejecuta en humilde caridad.©
Norberto Alcover
Colaborador de la revista Crítica - Cultura y fe: titanio reluciente -.

Los menores en España
Monográfico dedicado a la situación de los menores en España, desde la perspectiva de diversos especialistas y estudiosos de diferentes campos profesionales, se pone de relieve cuál es la realidad que viven hoy los menores en nuestro país. Con ello esperamos dar protagonismo a aquellos más indefensos en nuestra sociedad y hacer visible la situación precaria en la que se encuentran muchos niños/as y adolescentes que viven en un entorno hostil, tanto educativo, como jurídico, como social.
Ver revista Descargar Suscribirse